martes, 1 de febrero de 2011

CARTA A LA MONARQUÍA ORIENTAL 3: "la calle camelias"






Asegúrese de haber leído (y entendido) la entrada anterior a este BLOG “Carta a la monarquía oriental” , y la posterior "Carta a la monarquía 2" para poder conocer mejor y entender el intríngulis de las aventuras y desventuras de Borjita Perdiz Colorado.

Después de haberme administrado a mí mismo (y sin queja ninguna) el narcótico que me había proporcionado tal defensora de la ley, mi  Venus de Milo habló de nuevo.
-Oye tontito, será mejor que bajemos a oscuras y sin hacer ningún ruido ¿dacuerdo?… Mira, tendría que detenerte ahora mismo y llevarte a comisaría cagando leches para someterte a un trece quince (interrogatorio con puñetazos en el estómago), pero no me viene bien porqué a las ocho tengo que ir a buscar a Froilán y aún tenemos que hacer una visitita a la calle camelias… ¡Ah! Y no hagas ninguna tontería que te corto las pelotas tan pronto como canta un gallo, ¿estamos?
Asintiendo yo como un inocente corderito, me distraía en la oscuridad adivinando su respingón trasero mientras bajábamos en escrupuloso silencio las escaleras (exceptuando cuando las palabras “me-cago-en-dios-que-mato-a-tol-mundo” salían de su tierna boca cada vez que se torcía un tobillo debido tanto a sus enormes tacones, como a los desiguales peldaños del edificio que olía a orín).
Cuando por fin llegamos al portal, la primera hora de la tarde se colaba en forma de luz a través de los cristales de la puerta de entrada. Ya pudiendo dedicarme a su trasero turgente con más calma y visibilidad, me aguó la fiesta diciéndome que teníamos que encontrar algún sistema de camuflaje para poder salir de allí. Solo encontramos dos plantas de marihuana que algún vecino de conducta sospechosa cultivaba en el portal, detrás de las escaleras (pareciera que los habitáculos de aquella infraestructura construida, carecían de metros cuadrados útiles con los que poder delinquir tranquilamente).
Dejamos los tiestos con el ilegal cultivo delante de la puerta con la intención de escondernos detrás, e ir avanzando lentamente. Una vez empezamos con los malabarismos, observamos que todos nuestros esfuerzos para no ser descubiertos eran en vano, ya que ese mismo día a esa misma hora se disputaba el Barça-Madrid más esperado, y los agentes de la ley estaban tan ocupados haciendo un puente en la antena del edificio de enfrente para empalmar una tele de plasma y poder ver el partido, que podríamos haber salido en pelotas con la cabeza del muerto en una mano y cantando “bailar-pegados-no-es-bailar” en medio de la vía pública, que nadie hubiera reparado en nuestra presencia.
Nos metimos en el Citröen Berlingo de Agus, y con dos trompos y una derrapada estacionamos enfrente de la calle Camelias número doce. El efecto del narcótico por vía nasal que me había metido hacía escasamente una hora, me estaba acelerando el ritmo cardíaco y mejorando mi sociabilidad. Así que levantándome las solapas de la camisa, decidí que ya había llegado el momento de camelarme a mi gacela y dejar mi virginidad en la parte trasera del automóvil.
-¿Agus, como haremos para entrar en la propiedad? –Dije, intentando empapar mi cara de suspense, preocupación y atractivo, y pasando el brazo por encima de su apoyacabezas. Carraspeé un poco para bajar dos grados mi tono de voz, y en plan Nicolasqueich añadí – ¿Quieres que hagamos un allanamiento de morada?
-A ver mindundis,  como me vuelvas a llamar Agus o a aproximarte a menos de veinte centímetros de mi, te meto un tiro de tan cerca que te depilo el entrecejo…  -Y suspirando por la lágrima que se había deslizado por mi mejilla, causada por su despiadado moco, salió del coche adentrándose en el oscuro portal.
Sacó el papelito de entre el tirachinas y la carne, y picó al séptimo primera mientras me apartaba a un lado del interfono.
-Buenos días, mi nombre es Gertrudis Buenpastor y pertenezco al gremio “Marujas felices con Thermolux”, ¿Sería tan amable de dejarme entrar a su humilde piso para que le haga una demostración de tan increíble máquina?
De entre las paredes de ladrillos, sonó una voz masculina confusa y metálica.
-Mire usté, no podría interesarme menos…
Sin rendirse, se colocó bien el escote y volvió a picar.
-Buenos días… ejem… se ha cortado la conexión… Quería decirle que seguramente no conoce la Thermolux, la máquina inteligente que se encarga tanto de llamar a la pescadería, como de introducir en el aparato los elementos necesarios para hacer crema de besugo con rape, higos y altramuces.
La voz metálica volvió a interrumpirla esta vez con un tono más agudo:
-Disculpe señorita, pero hace unas semanas vino también una chica de buen ver y con las faldas muy cortas vendiéndome una thermomix que me costó un ojo de la cara. Me dijo que hacía pan con solo mirarla y ¿Sabe qué? Me pasaba el día mirándola y lo único que hacía era acumular polvo. Al principio pensé quizá las motas de polvo eran migas de pan, así que deslice mi lengua por el artilugio para constatar mis averiguaciones, ¿pero a que no sabe qué pasó? Pues que me puso la glotis del tamaño de un escroto porque soy yo alérgico a los ácaros y al polen, teniendo que pincharme en urgencias adrenalina directamente en la ingle ¡así que coja su chatarra y métasela por dónde le quepa!
Y volvió a colgar dejando a Agus hecha un basilisco, chillando improperios e insultos estilo “maricojonudogiliputariano” y rebuscándose el revólver en sus pechugas con la cara roja como un tomate. Le invadió un histerismo tan grande, que se convirtió en el espectáculo de los viandantes que pasaban e esa hora por allí. Algunos, desafortunadamente, acompañados de menores de edad.
Para no levantar sospechas y sabiendo yo de recursos callejeros rápidos, me dispuse a pedir monedas aclarando que se trataba de un espectáculo teatral que estábamos ensayando, y del cual necesitábamos fondos para poder estrenar. Los transeúntes picaron, algunos dejándome calderilla y otros susurrándome al oído que me deshiciera de  la chica porque sobreactuaba.
Una vez Agus se hubo calmado y limpiado la espuma que le salía de la boca, y quedándome aún intermitentes efectos corporales del alucinógeno en mi cuerpo, le dije que me dejara intentarlo a mí. Subió sus hombros, como queriendo decir “por-mi-como-si-te-mueres” y volviendo a pulsar el botón del interfono, me reencontré de nuevo con la voz enlatada del séptimo primera.
-¿Diga?
-¿Buenas tardes, puede usted abrirme? – Dije atándome una corbata ficticia para entrar mejor en el papel. - Somos testigos de Jehová que venimos a hablarle durante horas sobre Dios, los testigos de Dios, Jehová, los testigos de Jehová que picamos a los interfonos, y como poder ir directo al cielo y sin pagar peajes.
-MMMMMMeeeeeeeccccccc  

La puerta se abrió, haciendo que Agus volviera a meterse el revólver en la pechuga.