martes, 8 de marzo de 2011

CARTA A LA MONARQUÍA ORIENTAL 6: "el casorio"



Cruzamos el paso de cebra que llevaba a la Iglesia de Santa María del Mar (donde se pretendía el contrato marital de los Cucal), el vetusto inválido, mi gacela de amor y un humilde servidor.
No teniendo mucho tiempo para planear la manera de actuar, mi ángel de la ley me propuso mezclarse con la servidumbre, pudiéndome yo así mezclar con la burguesía catalana como acompañante del anciano que amablemente habíamos secuestrado.
-Está bien, pero me niego a recuperar la dentadura postiza que se ha metido en los calzones. –Dije señalando las encías de Matusalén.
Subí las escaleras de la majestuosa basílica, no adaptada para impedidos, con Don Marcelino a las espaldas y la silla de ruedas en la otra mano encontrándome en  la puerta dos gorilas de gimnasio vestidos de monaguillo, que pedían las invitaciones para la ceremonia nupcial.
-Buenas tardes tengan ustedes. –alargué la mano majestuosamente a modo de presentación, disimulando así mis limitaciones en cuánto a educación. - Este antepasado que llevo colgando en mi espinazo es Don Marcelino, y yo soy el enfermero que lo acompaña, le cambia los pañales y le procura los narcóticos farmacéuticos recetados por el distinguido Doctor Juanola del consultorio de Sarriá-San Gervasio.
Los dos matones comprobaron que mi susodicho acompañante estaba vivo y que constaba en los registros del desposorio, dejándonos pasar no sin antes darme dos capones y medio en la mollera por obligación, según ellos, del reglamento de seguridad.
Una vez entramos  (y siendo yo una persona de afectividad profunda, y de entrañas sensibles), me deshice del viejo  en la puerta de los baños femeninos, no sin desearle antes una defunción indolora, y me encaminé a buscar el cuartucho donde se encontraba el sacerdote.
No tardé en encontrarlo sentado en una butaca en la penumbra de un despacho, y bebiendo vino tinto directamente de la botella.
-Vaya usted con Dios, Padre –empecé utilizando la jerga que había aprendido años atrás, cuando el colegio de los Lazarillos Termosos vino de público al circo. – Tengo unas preguntas que hacerle, ¿le importaría a dedicarme cuatro minutillos de su tiempo?
El párroco estaba inquieto. Me miró atemorizado y con los ojos brillosos. Acto seguido cerró la puerta con llave dejándonos a los dos solos dentro, cosa que me inquietó ligeramente por la cantidad de leyendas urbanas con respecto al celibato eclesiástico, y se volvió a sentar.
-Será mejor que no nos andemos con rodeos. Por alguna extraña razón usted me ha encontrado y yo sé el porqué. Por lo consiguiente, sé que sabe que yo lo sé, porque le he dicho que lo sé. Y usted me preguntará que qué es lo que sé, a lo que yo responderé  que lo que sé, hace que usted esté aquí ahora mismo, es sobre el asesinato de Aureliano Palomares. Porque es por el asesinato que usted está aquí, ¿verdad? Si es afirmativo diga si, y en caso contrario diga sí también, ya que si no estuviera usted relacionado, ahora lo acabo de implicarlo sin querer igualmente.
Moví afirmativamente la cabeza, cosa que hizo que él continuara con el tergiversado relato que a continuación les narro.
-En fin. La Iglesia Católica declara que todo sacerdote que oye confesiones está obligado a guardar un secreto absoluto sobre los pecados que sus penitentes le han confesado bajo penas de excomunión automática… ¿me sigue Usted?... Por ello sé lo que sé, pero no puedo contarle lo que sé… Que lo que sé, es seguramente lo que Usted no sabe, porque si lo hubiera o hubiese sabido, no estaría ahora aquí preguntándome lo que sé… no sé si me entiende... Me encantaría decirle lo que sé pero no puedo hacerlo con los labios… así que, lo intentaremos con la mímica…
Y levantándose para expresar corporalmente todo aquello inteligible que expresaba oralmente, se volvió a desmayar en la silla a causa de un proyectil en forma de bala que entró por la ventana dejándole un agujero en los sesos al cura, y en consecuencia más tieso que la mojama.
Sin tener tiempo de maldecir a los malhechores que no solo mataban a mi única pista, sino que volvían a relacionarme con un crimen a sangre fría, se escucharon unos golpes secos en la puerta.
-Padre, abra, soy yo. Necesito hablar con usted en seguida.
Sin tener muchas opciones que barajar, escondí el fiambre en un armario, quitándole la sotana y poniéndomela yo en cuestión de segundos  y abrí la puerta encontrándome con una sofisticada chica rubia como el trigo, espigada, y vestida de novia de alto estanding.
-¿Y el padre Geremías? –Dijo desconfiada entre delicados pucheritos.
- Ha tenido que salir por un exorcismo a domicilio. Me presento, soy el padre Zacarías que vengo en su nombre y lugar con motivo de su casamiento. Dios la bendiga a usted, a su prometido y a toda la zona alta Barcelonesa que se encuentra en esta ceremonia.
- Padre… Zacarías… yo…  no puedo casarme hoy….
-Mujer, los nervios antes de la boda son de lo más común. Ver tanta gente y pensar que puede tener pelusilla en la zona bigotera, o que empezará a sudar a raudales como si fuera un tocinillo… es normal, no se inquiete…
-No Padre, no es eso… -y rompiendo en uno de esos llantos de alta cuna, que vienen con pataleta, añadió- Creo que intentan matarme… 
Estando ya a estas alturas familiarizado con la palabra muerte, quise calmar a la chiquilla diciéndole que tampoco había para tanto, cuando estando ella a punto de explicar el porqué de sus afirmaciones volvieron los golpecitos de la puerta.

-No pueden encontrarme.  –Dijo ella con una mueca de terror en su delicada tez de muñeca de porcelana.
-No temas, y escóndete detrás del sofá. En seguida me desharé de la visita y así podremos hablar acaloradamente sobre ello.
Una vez se hubo escondido la princesita, abrí la puerta encontrándome por ello con los dos gorilas antes vestidos de monaguillos, ahora de damas de honor verde manzana.
-Está por aquí Catarina? –Dijeron a la vez.
- Pues si están buscando a la dichosa novia que sepan que no la he visto por aquí… Vayan a mirar en las estancias del novio, que con la educación sexual que recibe la juventud de hoy en día, estarán copulando como animales… -y sin salirme del papel, añadí –Que Dios bendiga a la entrañable pareja.
Y dejé que se fueran con cara de incrédulos, volviendo a retomar el hilo de conversación, cuando por tercera vez aquella tarde,volvieron a sonar los golpecitos dejándola con la palabra en la boca.

-Abre en nombre de la ley o tiro la puerta abajo y te vuelo la sesera.
Abrí la puerta, encontrándome a Agustina con la camiseta rota, media pechuga fuera, sudada y con su pequeño revólver en las manos.
-Tenemos que irnos. Han secuestrado a Don Marcelino y nos piden como rescate a la escuchimizada capitalista que tienes escondida por aquí.